por Borja Arrizabalaga
27 julio 2018
Todos sabemos que para tener éxito en la revolución 4.0 es imprescindible asegurar una base tecnológica que garantice la consolidación y el crecimiento del negocio de una empresa. Sin embargo, es necesario aclarar que dar este primer paso, tan valioso, no es suficiente, y de ninguna forma se justifica que, tras hacer este tipo de inversiones, pasemos la atención a otra cosa aliviados por haber “cumplido el expediente”.
Una actitud así puede ser el principio del final para muchas empresas. De hecho, parece evidente que, si las personas que forman una organización no se atreven a innovar, a rentabilizar de verdad la tecnología adquirida, no se podrá llegar lejos. No obstante, aunque me consta que estas últimas palabras sobre el papel son algo lógico, la otra realidad es que, en la práctica, aún parece que no están asimiladas del todo. Por ello, para sumarse de verdad a la transformación digital, hace falta un cambio cultural.
Hacen falta acciones proactivas que aseguren una cultura que favorezca el cambio, y que luche contra el síndrome del “pero si hasta ahora funcionaba”, esa forma de pensar que frena el comportamiento innovador, y que tan solo favorece los miedos (al cambio, al fracaso, al ridículo…). Estas acciones deben estar avaladas, por supuesto, por el equipo directivo, con el CEO a la cabeza. Sin embargo, para que calen de verdad, pasando a formar parte del código genético de la empresa, deben venir además respaldadas y apoyadas por los miembros del Consejo de Administración.
En este momento debo recalcar que mis reflexiones no implican, de ninguna forma, que sea innecesario invertir en tecnología. Porque es cierto que la tecnología es cada vez más barata, pero tecnología hay que comprar, y buena, y, como es lógico, eso tiene “un precio”, aunque, al menos, para poder empezar, gracias a la “democratización digital” el desembolso puede ser considerablemente menor. Esto facilita el esfuerzo inicial y la posibilidad de echar marcha atrás si algo no iba como se esperaba, lo que en el mundo de la innovación es natural, y para lo que hay que estar siempre alerta y prevenido.
En pocas palabras, para innovar en lo digital, hace falta tecnología, pero también formación y mucho ingenio, lo que abre las compuertas del crecimiento sostenible a todas aquellas empresas que, conscientes del cambio de paradigma, apuesten por invertir en lo digital y por rentabilizar su talento interno.
Y… ¿todo esto quiere decir que la transformación digital es más tecnológica que humana? ¡No! Ni tampoco lo contrario. El mensaje es queesta revolución es tan tecnológica como humana, por lo que, o nos ponemos las pilas en las dos cosas o no vamos a ninguna parte, ni con talento ni con mucha tecnología…
REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 4.0 Y COMPETITIVIDAD EMPRESARIAL
«En un mundo cada vez más competitivo, la empresa más rentable será la que realice una gestión de personas altamente eficiente. La tecnología solo ayudará a ello», escribe Lucio Fernández
No hay día en el que puedas leer algún artículo en la prensa, escrita o digital, que no hable de la importancia de la tecnología en su proceso productivo. Para una mayor competitividad, son necesarias transformaciones digitales, adaptación de los procesos con herramientas más predictivas, inmersión de los robots en tareas diarias, blockchain, inteligencia artificial…
Ante esta situación no podemos girar la cabeza y obviar lo que está pasando como si con nosotros no fuera: el futuro ya no es tal y será el hoy quien conforme las dimensiones del mañana que nos espera. Sobre Revolución Industrial 4.0 se ha escrito mucho y variado, unos con más acierto que otros. Esta, en mi opinión, tiene su foco en la innovación a través de la gestión de los datos y de la información. Sin lugar a duda, hay y habrá progresos evidentes a nivel tecnológico con máquinas más avanzadas y eficientes, pero el verdadero progreso está en la información de la que disponemos hoy en día.
Si nos fijamos en algunas de las empresas más importantes del mercado como Google, Amazon o Facebook, realmente no disponen de dispositivos de tecnología avanzada. Lo que sí tienen es información, y mucha: es eso lo que los hace grandes y, su uso, lo que les permite ser líderes. También existen riesgos por su mal uso, lo que puede ocasionarles una crisis reputacional importante, como le está ocurriendo a Facebook en los últimos tiempos.
«El entorno es la llave para la competitividad de una compañía»
Son estas empresas las que, de manera evidente y clara, indican en sus estrategias que su mayor preocupación es la gestión de las personas, que son las que les permiten estar en la posición que ocupan –como ejemplo sirve que Google tiene un crecimiento de incorporación de empleados a razón de 10.000 al año–. Tecnología y liderazgo tienen su éxito en la gestión de personas. Y cuando hablamos de personas, no debemos cometer el error de pensar solamente en empleados, sino que debemos incluir a todos los grupos de interés que forman parte del sistema de la compañía: clientes, proveedores, sociedad…
Parece que resulta evidente que la clave de la competitividad, liderazgo y sostenibilidad está en el modelo relacional que, como empresa, establezco con estas «personas»: si consigo establecer un vehículo donde ambas partes se benefician, estaré en el camino correcto. Después de analizar una gran cantidad de modelos relacionales, llegamos a la conclusión que hay uno que de una manera más o menos evidente aparece en todos ellos. Se trata del modelo EEC, o lo que es lo mismo, Egoísmo Empresarial Colaborativo: Egoísmo, un elemento innato al ser humano, ya que todo el mundo es egoísta por naturaleza y no podemos ir contra natura; Empresarial porque estamos en un entorno donde empresas y personas forman un universo común e infinito; Colaborativo es la clave de la fórmula, es lo que da sentido a todo lo demás y pone el orden necesario para conseguir el objetivo perseguido. El egoísmo utilizado de forma positiva nos permite llegar a sitios jamás imaginados. En resumen, EEC tiene como conclusión la frase de «soy tan egoísta que quiero que le vaya muy bien a los demás para que me vaya muy bien a mí»: el entorno es la llave para la competitividad de una compañía.
«La gestión empresarial debe entenderse como un trabajo que hay que realizar de puertas hacia dentro»
Muchas de las empresas que cerraron durante la crisis no lo hicieron por un problema de gestión interna o de mala calidad en el producto/servicio, sino que lo hicieron porque el entorno en el que desarrollaban su actividad se vino abajo. Un claro ejemplo fue la construcción. Durante la época de bonanza, la mayoría de las empresas del sector de la construcción no utilizaron el modelo EEC y quizás se quedaron simplemente en el EE (Egoísmo Empresarial). Con esas premisas, solo pensaron en obtener el beneficio máximo a costa de lo que fuera, pero les faltó la parte más importante: colaborar con el entorno para entender sus necesidades y trabajar desde dentro para conseguir que el proyecto sea exitoso.
No es compatible una gestión empresarial basada meramente en los resultados o en los que los datos nos ofrecen. La gestión empresarial debe entenderse como un trabajo que hay que realizar de puertas hacia dentro y, si lo hacemos bien, los datos y los resultados certificarán lo que estamos diciendo. Nos importa demasiado la foto mediática, pero lo realmente importante son los resultados que conseguimos con el trabajo de la persona que sale en la foto. La responsabilidad social empresarial es un cómo para conseguir un qué, donde el qué son los resultados que obtenemos –beneficio económico– y el cómo es la manera en la que obtenemos ese beneficio. La tecnología, la competitividad y las personas forman el tridente que conseguirá la sostenibilidad de las compañías.
El futuro que nos espera es apasionante, lleno de incertidumbres, desafios, y oportunidades. Es responsabilidad de nuestra sociedad en este momento de gestionar este cambio de forma adecuada para el progreso de la humanidad.