La capacidad que tenga el emprendedor de superar las circunstancias complejas y los momentos difíciles que encuentre en el camino, determina finalmente que se alcancen los objetivos que el emprendimiento se ha planteado.

Las dificultades son más numerosas que los buenos momentos, la adversidad acompaña el emprendimiento con mayor frecuencia que los vientos favorables. Ésta es la manera natural en que la vida y el mercado “seleccionan” la capacidad y la fortaleza. El número de proyectos que no funcionan, negocios que se cierran y esfuerzos en general frustrados supera en mucho el de las experiencias exitosas.

Es cierto que el Emprendedor encuentra en las situaciones adversas la oportunidad que busca para evolucionar y prevalecer sobre los más débiles. Cierto también que ante la adversidad no pregunta ¿Por qué?, pregunta ¿Para qué?, dado que entiende que en cada traspié existe algo que aprender y corregir. Sin embargo hacer realidad estos aspectos positivos depende del equilibrio emocional que el Emprendedor tenga cuando las pruebas lo alcancen.

Se puede tener, o no, un sentido positivo de la Vida, se puede entender en menor o mayor medida  que la vida es una invitación para el logro, para la conquista y para la felicidad, se puede discutir sobre los grados de sabiduría que existen para entender la vida, los ángulos diversos para interpretar lo que es una vida de calidad o lo que debe ser la calidad de vida, se puede aceptar que de la Vida sabe más quien se encuentra cerca de entregarla que aquel que en ella da sus primeros pasos, incluso se puede especular sobre la inminencia de la Vida después de la muerte, se puede hacer todo esto y más, ¡pero nunca se podrá afirmar que la Vida es fácil!

Calificar de “fácil” la Vida constituye un desconocimiento esencial de su naturaleza y un acto  arrogante. Podrá afirmarse que la Vida es bella o que el acto de vivir es una bendición como pocas, pero por ello no desaparece su dificultad, así como no deja de existir el Sol solamente porque se esté disfrutando de una noche fresca.

La Vida es una lucha que empieza en la existencia temprana y acaba junto con ella. Poco tiempo le es otorgado al ser humano para que se mantenga al margen de esta realidad, apenas los escasos años de la infancia y de la inconsciencia. Luego es todo lucha, hasta el día final.

Esta no es necesariamente una lucha por vivir, porque al final y al cabo se vive de todas formas; es más bien una lucha por “vivir bien” o por “no vivir mal”. Si no se lucha, la Vida impone condiciones. Al emprender la lucha el ser humano trata de darle forma más benigna o beneficiosa a la realidad que enfrenta, y ¡de esto se trata todo! No hay una persona, ni la hubo, que hubiera conseguido imponer todas sus condiciones a la Vida, a lo sumo se le dan formas favorables a las condiciones que ésta determina. Por eso mismo el proceso de vivir es una lucha y no una conquista, porque no existe el triunfo definitivo, una victoria solo conduce a la próxima batalla.

La Vida convoca luchadores o víctimas. No existe otra categoría. Quien subestima sus rigores termina siendo su víctima, quien sobrestima las capacidades de lucha concluye igual. La Vida solo respeta a quien lucha, en todo momento, durante todo el proceso, con el mayor esfuerzo y compromiso, como quien no tiene puentes tendidos tras de sí.

La lucha permanente por “vivir bien” o por “no vivir mal” es uno de los pocos factores comunes a esa porción del género humano que no se ha incluido entre las víctimas. Esa acción de luchar otorga la primera y única profesión común: precisamente la de “luchador en la vida”, todas las otras habilidades y los otros conocimientos que se adquieren en el curso de la existencia cumplen con el propósito de agregarse a éste básico: la lucha por la vida.

Esa capacidad de luchar siempre, con destreza y sin desmayo, diferencia también a unas personas de otras, aún entre el grupo de las que luchan. Algunos hombres hacen carne de la insoslayable necesidad de luchar siempre y se convierten en Guerreros: luchadores profesionales. Otros simplemente luchan. A los Guerreros, la Vida no solo les depara más victorias, también les depara alegrías y reposo.

Solamente quien hace de la lucha su profesión esencial puede encontrar alegrías en la refriega y reposo en la contienda. Para el Guerrero, que con el simple luchador mantiene la misma distancia que el cisne con el pato, la lucha es un ambiente natural, inalterable y omnipresente, por lo tanto es también un elemento completamente neutro.  Y es ésa neutralidad  la que permite que exista sosiego, tranquilidad y reposo.

En la Lucha por “vivir bien” o por “no vivir mal” el Guerrero con las mejores condiciones  y la mejor disposición es quien consigue más victorias. Esta es la profesión que determina la posibilidad de conseguir formas más benignas o beneficiosas en las condiciones que impone la Vida. No tiene mejores posibilidades quien acumula más conocimiento o destreza en las artes y las ciencias, quien las tiene es el Guerrero que ha hecho de la lucha por la Vida una profesión. No es el Doctor y no es el Ingeniero, no es el Señor y no es el Caballero.

La Lucha por la vida no termina en la acumulación de bienes, o en la conquista del amor, o en la victoria sobre la enfermedad o en la falsa sensación de que alguna vez se alcanzan los sueños, la Lucha solo termina cuando concluye la vida del Guerrero, y es en plena conciencia de esto que el Guerrero alcanza alegría y reposo.

El éxito para el Guerrero se escribe siempre con “e minúscula”; no existe el Éxito por denominación. Todo lo que se le puede arrancar a la Vida es una victoria en la batalla que anticipa la próxima contienda. Pero en ésa “e minúscula” es donde se encuentra el secreto de la alegría y el sosiego, en la posibilidad de entender la victoria y darle la relevancia que merece, especialmente en el marco de una guerra que no ha concluido y que nunca concluirá. El Guerrero conoce esto, el que solamente lucha no lo entiende…, y a la víctima nada de esto le importa.

Claves del emprendimiento

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